La interfaz líquida como metaherramienta
A poco más de 2 años de la última gran ola de digitalización, consecuencia del distanciamiento físico necesario para controlar la pandemia de la COVID-19, nos resulta más claro que nunca que vivimos en una cultura mediada por interfaces. A donde sea que vayamos nos encontramos rodeados, analizados y procesados por pantallas, teléfonos inteligentes, termómetros, micrófonos, sensores y cámaras, el número de interfaces aumenta constantemente para satisfacer los deseos de las tecnologías, los usuarios y los mercados.
En su definición más sencilla una interfaz se entiende como un artefacto tecnológico optimizado para una interacción y funcionalidad capaces de vincular a un usuario con un dispositivo / un dispositivo con otro / una red de datos con quienes les analizan. Sin embargo, la interfaz también se alimenta de tradiciones culturales y artísticas y desempeña un papel importante en nuestra cultura como arte, entretenimiento, comunicación, trabajo, educación y negocios. Es una forma cultural con la que interactuamos, actuamos, sentimos y creamos nuestro mundo. En otras palabras, no solo media entre usuarios y, sino también entre la cultura y la materialidad tecnológica (datos, algoritmos y redes).
Este ensayo temático propone repensar a la interfaz desde su condición líquida a través de la metáfora y de situarnos en un escenario contemporáneo que requiere entender a los dispositivos tecnológicos de uso amplificado como metaherramientas, partiendo de la pregunta: ¿Cómo pensar a la interfaz como mediadora cultural cuando las capas simbólicas, ideológicas y políticas la atraviesan más allá de su objetualidad?